lunes, 1 de marzo de 2010

EL LIBRO DE BUEN AMOR. AUTOR, INTENCIÓN, ÉPOCA Y VALORACIÓN



El asunto principal en torno al cual orbita todo el contenido de la obra de Juan Ruiz es el amor: amor profano y amor sagrado en contraposición. Un reconocimiento de ambos y una condena del primero a favor del que para él se considera como único y verdadero amor: el amor a Dios.

Así pues, el libro se configura como verdadera obra doctrinal a través de estas coplas ejemplarizantes. Una obra edificante no exenta de fuertes contraposiciones ya que se expone la fuerte religiosidad del momento con las ansias de una vida placentera y mundana, máximo exponente así del dualismo medieval. Semejante yuxtaposición de lo sagrado con lo profano nos hace desechar la concepción de la Edad Media como época de costumbres fuertemente religiosas, “puritanas” y morales alejadas de una vida más desenfada, laxa y libertina.

De esta manera, si el libro representa una visión histórica respetuosa de su momentos debemos pensar en que ambos tipos de percepción moral, en principio antonimitas, coexistían de manera formal en la época. Un siglo XIV en el que podemos observar una marcada decadencia de las costumbres visible de forma especial en el ámbito eclesiástico (del que procede el autor). Ese ámbito precisamente empezaba a tomarse en este siglo más por profesión que por vocación por lo que la verdadera esencia de un religioso se perdía en la “degeneración” de la vida mundana. Debemos recordar que en este tiempo se sufren epidemias enormes (para muestra la conocidisima de 1348), la gente muere a miles, las cosechas son cada vez peores y se empieza a pasar hambre continua. Esta situación necesariamente tenía que afectar o derivar en la concepción del mundo y por lo tanto en la moral de la época. De esta manera se entiende que la situación tan dramática vivida en este período llevará a muchas personas a practicar una vida más “ociosa”, más liberada de la fuerte moral impuesta por la Iglesia. De hecho, gran parte de la población se sentía olvidada de la mano de Dios por lo que preferían gozar y aprovechar una vida que se les presentaba como corta y cruel.

Sólo de este modo se puede entender que la población compaginara a partes iguales una devoción y fervor religiosos elevados hasta el paroxismo con una degradación de la conducta manifestada en el comportamiento escandaloso y corrupto de muchos clérigos de la baja y alta jerarquía eclesiásticas. Todo el libro gira en torno a este dualismo contrapuesto. Un dualismo encarnado en la propia persona del arcipreste que al mismo tiempo que instruye en el amor puro y supremo a Dios, aboga por el loco amor y su libro se convierte en una guía para el pecado (“porque es humanal cosa el pecar”). Podríamos afirmar que Juan Ruiz es el paradigma del clérigo vicioso y libertino con una moral depravada pero que, contradictoriamente, intenta hacer gala de un amor puro y confeso a Dios. También podemos pensar que el autor intenta corregir el vicio de la época deformando su propio papel en la obra. Sin embargo, debemos inclinarnos por una normalización de esos dos aspectos tan divergentes en la figura del autor. No hay una mejor época que el siglo XIV para la asunción de esta doble moral. Es el propio autor, además, el que nos advierte de la intencionalidad de su libro: “Que a los cuerpos alegre e a las almas preste” o “Que los que oyeran puedan solaz tomar”. Más o menos parece indicarnos que debemos de leer entre líneas, es decir, que cada palabra, cada frase va a tener un sentido intrínseco y trascendente al meramente formal. Juan Ruiz nos ha dejado claro su “doble propósito” físico- espiritual.

Este denso y complejo libro ofrece una mirada sincera sobre la época, ya alejada del plano estrictamente moral por lo que algunos autores han considerado que supone un adelantamiento a su tiempo o más bien una identificación con un tiempo de transición entre la tradición y las nuevas formas de pensamiento. Nos informa sobre las costumbres, sobre el comercio (sobre el dinero utilizado para las transacciones), sobre la conducta de algunos varones y mujeres (no necesariamente autobiográficos pero si ejemplarizantes) combinando a partes iguales las escenas jocosas (episodio de don Melón y Doña Endrina) con otras más condenatorias como las que realiza contra los siete pecados capitales. Los enxienplos se configuran como fragmentos aparentemente inconexos pero que en conjunto representan un enorme manual sobre usos y costumbres ensalzadas o fuertemente denostadas. De hecho, todo libro escrito en la Edad Media aparte del contenido meramente narrativo tiene un afán didáctico, moralizante. No nos puede sorprender por tanto, que el arcipreste se nos presente en las más diversas y disparatadas aventuras ya que el fin último es dar ejemplo, instruir y educar. También las coplas de marcado carácter religioso (gozos de santa María) se combinan en esta obra con otros versos tan mundanos y lisonjeros como estos “cata mujer fermosa, donosa y loçana,- que non sea mucho luenga otrosí nin enana”. De hecho, el libro ofrece también una visión pseudo-erótica de la realidad del momento. La sexualidad, para el autor, se constituye como una realidad fundamental y connatural al hombre. Para el de Hita la vida es una lucha, una puja por sobrevivir en la adquisición de alimento y del sexo (esto último como mejor vivir). Todo su libro esta recorrido con el tema del placer como base, se habla del placer, no como algo prohibido y condenable sino como necesario para un hombre en constante agitación interna y externa, un placer humano y necesario que en apariencia parece no entrar en contradicción con el amor debido a Dios. Hay en esto, como en todo e libro una cierta ambigüedad pues no se reconoce del todo el verdadero amor, el sagrado, con el Buen Amor. Ambos el humano y el sagrado pueden, parece indicarnos, llegar a convertirse en Buen Amor.

Otros datos relevantes que nos ofrece la lectura de esta obra, parecen hablar de filosofía, varias veces se va a citar a Aristóteles “Como dize Aristóteles, cosa es verdadera: el mundo por dos cosas trabaja:…”, verdadero referente intelectual de la época. También aparecen algunas referencias a la medicina del momento con la cita de algunos productos que servían para curar determinadas enfermedades tales como el diantoso o la rrosata novela (para el estomago). También sobre los vestidos y adornos del momento de tradición judía, árabe y cristiana ( almajar, çodra o alhajas).
En fin aparece toda una serie de elementos que describen y precisan toda una época más allá de las intención o posibles intenciones de la obra, el Libro del Buen Amor se configura y postula como una verdadera puerta para un siglo, para una época y para una Edad. Una Edad que empieza ya a no ser tan oscura ( como las Iglesias) sino que parece dar muestras de una vida más alegre y jocosa, en las plazas y esquinas por donde se desenvuelve el arcipreste. Una vida dedicada a la búsqueda del placer y del gozo pero también a la búsqueda del amor supremo y divino sin aparentes contradicciones sino como ejemplo y verdad de la moral de una época cambiante, agitada y viva en todas sus acepciones.

De este modo, el libro combina a partes iguales dos morales, dos formas de entender el mundo, no enfrentadas sino unidas en la búsqueda de un sentido certero de la existencia humana. Los dos amores, el loco y el sagrado son dos ejemplos, entre tantos otros de las dos “varas de medir” de esta época y se configuran como reflejo de la situación social- económica de un determinado período no de toda una época. Si bien, es cierto que este libro rompe con el tópico de una existencia medieval que giran en torno a la vida ascética y el miedo a la furia divina. El hombre que nos presenta Juan Ruiz, más verdadero o más ficticio, es un hombre que busca a Dios pero que también busca las mujeres y el placer que de ellas puede obtener. Es un hombre que desea vivir la vida y en eso no difiere un tanto de la moral imperante en la actualidad. Obviando la presencia de cuantiosos detalles certeros sobre la época de la que se escribe, el Libro del Buen Amor, se nos propone como un medio, como una ventana para mirar a una época y no nos ha de extrañar que no comprendamos su lenguaje o su estilo o que los versos nos parezcan incoherentes e inconexos. Este lenguaje complejo y aparentemente incompresible es reflejo de esa época y de esa mentalidad que a nosotros nos parece tan disociable y opuesta.

En la búsqueda de aparentes conductas hipócritas aplicadas a esa doble moral nos sirve de ejemplo el pasaje de Don Melón y Doña Endrina, en el que el propio arcipreste duda entre dos amores. Sin embargo, no se puede juzgar la falsedad de esas conductas con nuestros ojos y pensamientos del presente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario