Nazco con fuerza y vigorosidad de las entrañas de la tierra, manantial alegre de vida y verdor para las tierras y hombres que me esperan.
Con enorme vigor labro el terreno por donde paso dibujando mi curso con ahínco y perseverancia.
Quiero llegar presto a mi destino y con velocidad y persistencia me abro paso superando los obstáculos que voy encontrando en mi camino.
Dibujo formas caprichosas, pequeños cañones, sinuosos meandros, bonitos remansos de paz y armonía que atraviesan valles y bosques.
Más tarde, después de tanto esfuerzo empiezo a estar un poco cansado y decido avanzar más despacio. A ambos lados veo como los enamorados consagran sus deseos en mis aguas cristalinas, como los campesinos se sirven de mí para dar de beber a sus sedientas huertas y como los animales y los más bonitos árboles aprovechan mi humedad para vivir placidamente.
Los terrenos llanos y yermos dan ahora sus mejores frutos a los lugareños.
Por donde paso sólo quiero mejorar la Tierra, verdearla, llenarla de fértiles riberas, de sinuosas alamedas, de tapices de frutas y verduras, sin embargo, el hombre en su infinita arrogancia y egoísmo me maltrata abusando de mis frescas aguas, maltratando a los peces que me cosquillean las entrañas y a los animales que habitan en mis orillas, reteniendo mi curso natural construyendo enormes paredes de hormigón y contaminando mis aguas con pestilentes e inmundos vertidos.
Entonces, empiezo a estar agotado, mis aguas caminan sucias y lo que otrora era vida y luz, ahora es sólo muerte y hedor. Las fábricas me han emponzoñado y desciendo moribundo y hastiado de tanto dolor.
Sólo quise hacer el bien por las tierras por donde transcurría. Llenarlas de alegría y color.
Pero ahora no tengo fuerzas y camino hasta mi destino herido de muerte, lentamente hasta llegar al mar que es, sin duda, mi morir.
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